Sunday, 2 November 2008

Día de muertos

Hace algunas semanas tuve la oportunidad de hablar con la familia de un amigo mio en Sevilla. Entre otras cosas sus padres me demostraron su interés por saber más acerca de la relación de México con la muerte. Los detalles de la ofrenda de muertos los impactaron sobremanera. ¿Pero que pasa con aquellos que día a día se ocupan de aquellos que pasan a mejor vida? Poco se habla de aquellos que se encuentra detrás de las puertas de vidrio de aquellos locales llenos de ataúdes los cuales inspiran un particular respeto en muchos de nosotros. Aquí un reportaje publicado el día de hoy en México en donde se muestra un poco más de lo que acontece en esos locales....eso si, muchas que incluye cosas muy mexicanas....y a la mexicana.

Katia D´ Artigues Campos Elíseos 02 de noviembre de 2008

El negocio de la muerte
http://www.eluniversal.com.mx/columnas/74836.html



“Manejamos al paciente muerto con cariño… Les hablo para que se vayan relajando”

Funerales Olimpia está sobre la calzada Zaragoza, por la salida a Puebla. Es un local pequeño, con oficina y exhibición de ataúdes en la planta baja, salas de velación en el segundo piso, y en el tercero vive la familia de Telésforo García Carrera, su dueño y también presidente de la Asociación de Propietarios de Funerarias y Embalsamadores del DF.

Está sentado tras su escritorio, rodeado de cajas mortuorias. Invito a platicar también al histotecnólogo (es decir, embalsamador) José Luis Franco Avilés, quien también pertenece a una familia de prosapia en esto de los servicios funerarios.

Son la segunda generación dedicada al negocio. Toda su familia se dedica a lo mismo. A la charla se integra Roberto García Hernández, hijo de Telésforo, quien ahí trabaja.

Semanalmente atienden entre 10 y 15 servicios. Su paquete, todo incluido, es de 5 mil 700 pesos, un servicio de clase media baja, digamos, porque los hay de lujo, de hasta 300 mil pesos.

Además, tienen experiencia en repatriación de cuerpos —cinco o seis a la semana— de mexicanos muertos en Estados Unidos, principalmente de Los Ángeles y Chicago. Presumen que tienen una carroza todoterreno.

Son hombres que, desde niños, ven a la muerte y a los muertos como algo natural, crecieron en este ambiente.

Trabajan las 24 horas de los 365 días del año. Telésforo o Roberto son los primeros en entrar en acción. Recogen el cadáver donde esté, casa u hospital. Si es un repatriado, en el aeropuerto.

Luego hacen los trámites necesarios.

El trabajo de Franco es directamente con los muertos. Como está seguro de que las personas, después de morir, siguen en espíritu en este mundo al menos unos siete días, les habla mientras los embalsama. El proceso dura de una a cuatro horas, dependiendo de la constitución del cuerpo, tipo de muerte, de muchas cosas.

“Manejamos al paciente muerto con cariño”, dice este hombre de apariencia adusta pero mirada tranquila. “Les hablo para que se vayan relajando. Les digo: ‘Permite que te haga una incisión en tu piernita, no te pongas difícil para localizar tu arteria’”.

En casos difíciles, recurre a uno de los familiares para que platique con el “finadito”. Dice que funciona.

A una persona muerta se le inyectan entre tres y cinco litros de sustancias químicas. No los pesa; con su experiencia de más de 40 años, lo hace “a ojo de buen cubero”.

Son cinco las sustancias generalmente usadas: formol y fenol para matar bacterias y conservar el cuerpo; glicerina, para darle una consistencia suave; alcohol, para mantener su coloración. También trabaja con ellos para quitarles algún rictus de dolor en su muerte, los viste y maquilla para darles una imagen de “dormidos”.

Pero asegura que embalsamar cuerpos, además de la estética y la conservación, también es una cuestión ecológica:

—Los ataúdes hechos en México no son herméticos, sólo unos que son muy caros. Al fallecer una persona, mueren bacterias y virus junto con el paciente, pero hay otras que se potencializan hasta cuatro veces. Hay corrientes de aire que entran y salen y eso se esparce en la familia que vela. Si no tienen suficientes defensas, lo más probable es que se enfermen.

Por eso, todo embalsamador usa bata, guantes, cubrebocas, gogles, gorro y hasta botas. Los tres aseguran que las muertes más dolorosas y difíciles de procesar son las de accidentes o de niños pequeños.

Que el número de muertos por accidentes bajó radicalmente con la aplicación del alcoholímetro en el DF; que aún hay reticencia para declarar que alguien murió de sida y que ofrecen la “máxima discreción”.

Que la causa de muerte más común está relacionada con la diabetes. Y bueno, que aunque ha aumentado la expectativa de vida en México hasta los 75 años, ellos siguen teniendo trabajo, que esto no es "Las intermitencias de la muerte", novela de José Saramago. Eso sí, hay mucho mayor competencia…

Les pido que me cuenten casos extraños de muertes que les ha tocado tratar.

“¿Extraños? Es que ya lo extraño se nos vuelve natural ya”, dice Roberto sonriente.

Pero sí hay casos memorables.

A Franco aún le impresionan los casos de muertes violentas. Ha embalsamado a maras salvatruchas, por ejemplo.

“Incluso muertos traen muy mala energía. Hay que platicar ampliamente con el cuerpo. Incluso no se deja maniobrar para la inyección… están tatuados con imágenes de demonios o dragones”.

Recuerda cuando a su hermana, también embalsamadora, le llevaron a una anciana viva, en coma. El funerario no checó bien que estuviera muerta. La familia pensaba, por increíble que suene, que era mejor embalsamarla desde ahora. O que trata con aún más cariño a los muertos que donaron un órgano para los vivos. Como tienen un convenio con la Secretaría de Seguridad Pública capitalina, dan servicio a policías muertos en cumplimiento de su deber.

Esos son los casos que más recuerdan Telésforo y Roberto.

“El de un bombero en el 92”, dice Telésforo. “Fue muy bonito. Los llevan en el transporte de bomberos, van seis elementos con su trajes y así los llevan del cuartel al panteón”.

Roberto recuerda al policía muerto en un asalto en Polanco. Dieron una vuelta al Zócalo. “Llevábamos fácil 30 unidades de policía con las sirenas abiertas. Los turistas se paraban. Fue impactante, se queda en la memoria”.

Les pregunto si quieren agregar algo más. Roberto se queja de la mala imagen que ha dado a la mayoría de su gremio la película Morirse en domingo, de Daniel Gruener. No la ha visto, pero ha leído reseñas y los hace quedar mal.

Su padre está de acuerdo: “No sólo vendemos un ataúd, damos asesorías legales. Como presidente del gremio, trato de que seamos profesionales en nuestro trabajo. Darles un trato digno y humano a los clientes”.

Franco invita: “Que nos vean como personas que nos ayudan a pasar ese momento difícil. Los llevamos de la mano para cruzar ese… río”. Como modernos Carontes.

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